En este domingo V del tiempo ordinario, la Iglesia nos invita meditar sobre la vocación. Y para esto, la Palabra de Dios nos presenta la experiencia mística del profeta Isaías con Dios, y los encuentros de Pablo, Simón Pedro, Santiago y Juan con Jesús.
Recordemos que la palabra vocación significa llamado. Sin embargo, algunos piensan que la vocación tiene que ver con la realización personal, o con una opción altruista, o con la profesión, o con lo que te gusta hacer. También se piensa que la vocación es un estado de vida, o un privilegio para unos pocos y que tiene que ver con lo sagrado. Es verdad que toda vocación es cosa de Dios, y por tanto sagrada, pero esto no puede restringirse a unas vocaciones excluyendo a otras.
La vocación es un acontecimiento que sucede en la vida del hombre y la mujer. Esto acontecimiento lo descubrimos claramente en las lecturas. Isaías se encuentra con Dios, san Pablo de camino a Damasco se encuentra con el Resucitado, y Simón Pedro, Santiago y Juan con Jesús en el lago de Genesaret.
La vocación es un acontecimiento misterioso, es decir, que lo podemos comprender solamente desde la conciencia de estar en la presencia de Dios. En la primera lectura Isaías se siente indigno por ser un hombre de labios impuros, en la segunda lectura san Pablo se denomina como un aborto por sentirse indigno por haber perseguido en el pasado a la Iglesia de Dios, y en el evangelio vemos a Simon Pedro arrojarse a los pies de Jesús y decir: aparte de mi, Señor, porque soy un pecador.
Aunque es Dios quien llama, evidentemente el hombre tiene calidad de persona actuante, de colaborador con Dios en el misterio de su vocación. En la primera lectura, cuando Dios pregunta ¿a quién enviaré? Isaías responde, “Aquí estoy, envíame”. Por su parte, Pablo se dejó conducir por la gracia de Dios. Y en el evangelio vemos que frente a la invitación de Jesús a seguirlo, Simón Pedro, Santiago y Juan sacan las barcas del mar y dejando todo lo siguieron.
Por ultimo, Dios llama motivado por a amor a las personas y al pueblo entre el cual viven; pero la vocación no es un simple privilegio, tiene un último destinatario: el pueblo. Vivir una vocación es así asumir una misión en medio del mundo, remediar una necesidad o para comunicar un mensaje.
Todos nosotros, como bautizados, fuimos llamados y hemos recibido la misión de anunciar la buena nueva de Jesús. Respondamos con generosidad su llamado. Echemos las redes en nombre de Jesucristo para transformar nuestro mundo con el mensaje del Evangelio.