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Testimonios: Pbro. Humberto Jaña

P. Antonio, P. Humberto y P. Nicanor ¿Por qué me hice sacerdote? Es una pregunta interesante poder responder después de 20 años de sacerdocio. Un camino largo en la vida ministerial con muchas alegrías, con momentos de desolación, y también con momentos de grandes interrogantes cuando he tenido que sortear y enfrentar momentos pocos gratos, que nos presenta la vida. Entonces surge la pregunta después de 20 años ¿Por qué sigo siendo sacerdote?

Convertirse en sacerdote y seguir siendo sacerdote después de 20 años, la respuesta más lógica e instantánea que vengo a responder es: Por pura gratuidad de Dios, nada más que eso. La vocación es gratuidad de Dios, por un llamado que Jesús nos hace a través de las personas que van marcando hitos en la vida…

Visitando a un matrimonio amigo, con los cuales he compartido las alegrías y las penas, y donde he pasado a ser parte de la familia que han formado, ya que he visto crecer de cerca a sus dos hijos, los cuales son adolescentes. Su hijo de 16 años me dice: “Sabes tengo algo grande que compartir contigo. Quiero ser sacerdote como tu y quiero ser sacerdote de los Misioneros de la Preciosa Sangre”. Esta confidencia me estremeció en lo más profundo de mí ser. A la ves le pregunté ¿por qué quieres ser sacerdote?: bueno porque mi profesor de religión que es sacerdote me ha contado en clases que el Señor lo llamó y no lo dejó tranquilo, creo que a mí no me está dejando tranquilo, es una idea que no me la puedo sacar, y usted es el sacerdote que conozco de toda mi vida, lo he visto reír, también llorar, pero se que es feliz”. Esta experiencia me ha ayudado en gran parte hacer un recuento de mi historia vocacional. Es así cómo voy reencontrándome con mi historia vocacional que es marcada por personas concretas donde se fue manifestando la llamada del Señor. Dónde Jesús fue hablando, manifestándose y metiéndose dentro de mí, provocando inquietudes y sueños.

Cuando había tomado la decisión de ser sacerdote, tuve una entrevista con el director de la formación de mi comunidad, en ese entonces era P. Patricio Patterson, no recuerdo bien todo lo que conversamos, si recuerdo haber caminado un rato y respondiendo a las preguntas que me hacía. Después nos detuvimos, luego un momento de silencio recuerdo que más o menos me dijo lo siguiente. “Para ser sacerdote hay que sentirse llamado y vale la pena ser sacerdote, y tener algunas actitudes necesarias, creo que tienes pasta para esto” (en un español bien agringado). Durante el proceso de formación fui conociendo más a los sacerdotes de mi comunidad, muchos de ellos han dejado una marca profunda en el estilo de ser y hacer las cosas como sacerdote, ya varios de ellos han partido a la casa del Padre, y no dudo que están gozando del banquete de los elegidos, porque aquí en la tierra me mostraron su amor a la Iglesia, su sentido responsable de servicio y su celo pastoral al estilo de San Gaspar del Búfalo nuestro santo fundador. A mis hermanos de comunidad que me han precedido en la fe, les debo en gran parte mi forma de ser sacerdote y el deseo de servir, de ser solidario y de construir una Iglesia servidora, mostrando el rostro de un Jesús compasivo y misericordioso, desafío permanente de vivir este celo pastoral heredado de mis hermanos que él Señor me regaló en el Vinculo de la caridad.

Es en mi etapa de adolescente donde se fragua y va tomando forma mi inquietud vocacional. Recuerdo a mis compañeros del Liceo donde cursé mi enseñanza media. Allí tuvieron influencia dos sacerdotes, que hasta el día de hoy los recuerdo con mucho cariño. El Padre Fernando Cifuentes, nos hacia clase de filosofía, más tarde sería mi profesor en la Universidad Católica, y el sacerdote que nos hacia clases de religión y orientación de apellido Parada, sus clases siempre apuntaban en la formación de los valores, siempre partía la clase con una interrogante sobre algún tema actual, lo cual motivaba la atención de todos, incluso de los más incrédulos.

Con algunos compañeros siempre nos reuníamos a charlar, los asuntos típicos de adolescente pero había uno de ellos que siempre nos llevaba al terreno religioso, le decíamos el cura Neuman (su apellido es Neuman), no fue cura, fue el primero en casarse, pero de este grupo en la actualidad dos somos sacerdotes, quien escribe y Erwin.

Rosales (mi compañero desde la enseñanza básica es Teólogo y profesor en está área. El gato Fernández (le decíamos el gato por sus ojos verde intenso) tiró la toalla a mitad del camino. Fernando (otro de mis compañeros) se ordenó de sacerdote pero al correr de los años se retiro y formó una familia, hacen años que no los veo, pero se que son muy activos en la vida de Iglesia. Esta fue una etapa interesante porque soñábamos con el ideal de sacerdote, con un ideal de Iglesia. También era la oportunidad de hacernos cuestionamientos y cuestionar lo que no nos gustaba de la Iglesia y lo que nosotros cambiaríamos, creo que poco de eso ha cambiado, pero si nosotros fuimos cambiando en el tiempo, madurando la fe, creciendo en la vida de oración y en el amor a Jesucristo. A pesar de nuestra amistad cada uno de los que formamos este grupo seguimos caminos distintos hacia la vida del sacerdocio, unos fueron al clero diocesano, y otros a comunidades religiosas. Fue una etapa interesante, ya en el olvido de mis compañeros, hoy los recuerdos con cierta nostalgia, porque quizás fue la etapa en que había decidido ya mi vocación, pero tendría que recorrer muchos caminos y discernir con mayor madurez la opción por la vida sacerdotal.

Participando en la pastoral juvenil de mi parroquia, Nuestra Señora de la Preciosa Sangre. Época donde se explicitaba una Iglesia servidora, una Iglesia marcada por opciones concretas, una Iglesia que buscaba poner en práctica las orientaciones de Medellín y luego de Puebla. El llamado se hace más tangible.

Un día recibí la invitación de la Hermana Isabel García Huidobro (religiosa del Sagrado Corazón). Ni más ni menos para formar un grupo de discernimiento a la vida cristiana, así de simple, en el fondo era para medir nuestra vocación religiosa. Allí entramos a recorrer y conocer los distintos llamados que Dios hace en la historia a tan ilustres personajes, Abraham, Moisés, Pablo, María, y tantos hombres y mujeres santos y santas de la Iglesia. Durante el tiempo del discernimiento, me dije: parece que de está no me escapo. Se organizó un retiro parroquial, para adultos y jóvenes, esto fue por un fin de semana. Fue una experiencia de encuentro con el Señor, y ahí acabó de meterse por completo en mi vida y no me dejaría tranquilo hasta dar el paso y hablar seriamente con mi párroco de lo que estaba pasando. Mi párroco de tantos años, P. Donald Thieman quien un día del Mes de octubre me dio el Cuerpo de Cristo por primera vez. Se que fue en el mes de octubre porque mi madre tiene una cinta grabada con el día, mes y año (1968 si es que no me equivoco).

La asistencia a las funciones del Cine Social de la parroquia no es necesariamente una motivación vocacional. Pero si influía la presencia del organizador de estos eventos, con el fin de recaudar dinero para construir una sala de clases se había creado el cine social. Por esos años P. Donald estaba dedicado a empresario, hoy día dirían: emprendedor. Había montado un cine, se exhibían películas a distintas horas, el sábado después de la misa, y dos funciones los domingos. Su presencia, su estatura me impresionaba enormemente, como niño lo encontraba tan grande (cosa que también hoy dicen los niños de mi). Su castellano agringado lo hacia aún mas especial, por eso cuando iba a misa en la capilla que estaba en medio del patio del colegio, trataba de grabarme sus palabras y gestos en el desarrollo de la misa, lo cual en ocasiones jugando con mi hermana y otros amigos montábamos un altar en el patio de mi casa y hacia misas imitando a mi párroco. No tenía la conciencia de lo que eso significaría en el tiempo. Tener muchos años a un sacerdote en una parroquia tiene muchas ventajas y desventajas. Pero mirado desde la perspectiva vocacional creo que es muy influyente. Posiblemente nuestra movilidad constante de parroquia en parroquia, no nos ayuda a cultivar vocaciones, sea dicho de paso.

Mis padres: Graciela y Ernesto han sido los típicos católicos a medias, como digo yo, de misas irregulares. Se preocuparon de bautizarme sagradamente lo más pronto posible para no estar “moro”. Luego la comunión y confirmación. Mi padre siempre dijo haber sido monaguillo en la basílica de Lourdes, pero parece que el servicio al altar lo saturó, porque ha sido irregular en su vida sacramental. Cuando se vio en aprietos fue cuando surge la catequesis familiar y debe asistir a la preparación, se justificó cuanto más pudo, pero por mi hermana menor cedió ir a la preparación y tanto fue el entusiasmo que se leyó completa la Biblia.

Mis padres han sido claves en el desarrollo de mi vocación, si bien es cierto que no recibí de ellos un testimonio de ser Iglesia activa, debo considerar que son hijos de la Iglesia de su tiempo, Si recibí valores cristianos, como la solidaridad, la justicia, el servicio desinteresado. Mi madre decía: “siempre has el bien aunque te hagan el mal”.

Mis abuelos influyeron directamente e indirectamente, las abuelas me dieron ejemplo de que había que rezar todos los días, y su devoción a los santos era explicita, una de ella tenía tantas imágenes como pudo y cada santo era para algo especial. Mi Abuela Rosa me mostró cuanto Jesús había sufrido en la cruz por nosotros, el viernes santo lo velaba y el domingo de gloria lo adornaba con flores blancas porque el Señor había resucitado. Mi abuela Delfina era más pragmática, era solidaria con el prójimo, siempre tenía algo para dar y recuerdo que el día de sus funerales, se comentaba su generosidad.

De mi Abuelo Alejandro aprendí las primeras palabras del evangelio, “no seas hombre de poca fe”, haciendo alusión a una pintura que había en la casa donde Jesús camina sobre las aguas y Pedro se hunde. El me dijo muchas veces: “se siempre un hombre de fe y nunca te va a faltar nada”. Fue mi primer catequista. Mi Tata Humberto me enseñó que el amor al prójimo debía hacerse sobre las diferencia que tenga con otras personas y que debo siempre perdonar para ser feliz.

El día de mi Ordenación Diaconal, Monseñor Raúl Silva Henríquez en la homilía, me repitió varias veces. Humberto: “nunca dejes de sembrar, siembra siempre, aunque estés cansado, aunque te sientas solo, siembra siempre con alegría porque el Señor está junto a ti”. Siempre recuerdo estas palabras, no las he podido olvidar, calaron hondo en mí. Cuando veo que la vida se pone algo complicada, cuando en mi apostolado surgen los imprevistos y las dificultades. Hago oración las palabras de Don Raúl. Señor ayúdame a sembrar, que no pierda el entusiasmo, tu estas junto a mi. Ayúdame a sembrar bien para que otros cosechen.

Cuando estés frente a un enfermo debes preguntarte ¿Señor que quieres de mí? Cuando estés frente a un pobre, a un enfermo pregúntate ¿Señor que quieres de mí? Cuando estés frente a quien viene a pedirte un consejo o a confesarse, pregúntate ¿Señor que deseas de mí? Esto te ayudará a reconocer siempre que Jesús te está pidiendo algo. Es lo que me dijo Don Alejandro el día de mi Ordenación sacerdotal Luego me dice: Humberto entra con alegría a la vida sacerdotal, no tengas miedo porque el Señor está contigo. Estas fueron algunas de las palabras en la homilía de Monseñor Alejandro Jiménez, de quien recibí el orden sacerdotal el 1 de abril de 1.989 Sus palabras las recuerdo en aquellas ocasiones en que siento que no he respondido bien a mi servicio sacerdotal.

Si debo responder por qué me hice sacerdote. Debo concluir lo siguiente. Fueron importantes las personas que me rodearon e influyeron en mi búsqueda y crecimiento en la fe. Se que son muchas otras más, que por mi fragilidad de la memoria y el tiempo olvido. Por ellos, por su testimonio y por haber conocido el amor de Dios en mi vida manifestada en su Hijo Jesús que nos reconcilió con su Sangre Preciosa me hice un día sacerdote. Y ¿por qué sigo siendo sacerdote? Por pura gracia de Dios, pero no puedo dejar de dar gracias a todos los que han orado por mí, como la Señora Margarita que siempre rezó por mí hasta el día de su muerte, por quienes me han acompañado en este camino de servicio. Por mis padres, hermano y hermanas. Por mis amigos que han cuidado mi sacerdocio y han ayudado que este sea fecundo para el bien de la Iglesia y gloria de Dios. Y por mi comunidad sacerdotal que me ha impregnado de la espiritualidad de la Preciosa Sangre. Para abrir caminos de esperanza, para vivir y tender puentes de reconciliación.

P. Humberto Jaña Fuentes C.PP.S

Misionero de la Preciosa Sangre.

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