Experiencia Misionera en las comunidades de la Tinta y Tucurú por el seminarista José David Padilla

Los seminaristas del Año de Formación Especial y de la Etapa de Filosofía realizaron las misiones de fin de año en las comunidades de la Tinta y Tucurú.

La experiencia de misión se desarrolló del 04 al 17 de noviembre: del 04 al 11 de noviembre en la parroquia de Santa Catalina La Tinta, Virgen y Mártir; del 12 al 17 de noviembre en la parroquia de San Miguel Tucurú. Ambas parroquias ubicadas en el departamento de Alta Verapaz y bajo la responsabilidad de los Misioneros de la Preciosa Sangre. 

Antes de ir a misión, tuvimos semanas antes  algunos acercamientos al idioma de aquella región, el q’eqchi’; asimismo, el padre Víctor Navichoc, C.PP.S. nos habló del contexto de las comunidades de La Tinta y de Tucurú. El padre Víctor nos habló desde su experiencia, pues él pasó 4 años de su ministerio en las dos parroquias antes mencionadas. 

El sábado 04, a las 4:00 A.M. salimos con dirección a la parroquia de Santa Catalina La Tinta. Llegamos a la parroquia tipo 11:00 A.M. A las 15:00 P.M. ya íbamos rumbo al centro San Vicente Samilhá. Íbamos 4 seminaristas (Ademilson, Daniel, Mynor y yo, David) y un sacerdote (P. Víctor). El padre nos había dividido en parejas, yo iría con Ademilson (brasileño, de la etapa del AFE) a la comunidad San Antonio II; esta comunidad estaba a una hora de camino hasta el cruce, lugar donde el carro nos iba a dejar y donde nos tendría que ir a traer el 11 de noviembre.


El carro nos dejó antes del cruce, porque el camino estaba fatal, había demasiado lodo. Del lugar que nos dejó tuvimos que caminar hasta San Antonio II. Caminamos más de una hora. Llegamos a la comunidad cansados, enlodados y empapados, pero íbamos con la esperanza de compartir con las personas. Al llagar, nos recibieron con alegría, la directiva de la comunidad nos recibió y en seguida nos hospedaron en la casa de un ministro. El párroco de La Tinta, P. Arnoldo, C.PP.S. nos había dado un programa para desarrollarlo durante la semana que íbamos a estar en la comunidad. Entonces ya sabíamos más o menos lo que íbamos a realizar durante nuestra estadía.

Así pues, recuerdo que, el domingo 05 de noviembre, tuvimos la Eucaristía. Fue una verdadera alegría para la comunidad, pues son pocas las Eucaristías que se celebran en aquella comunidad lejana de La Tinta. Había mucha gente, la liturgia fue en q’eqchi’. Por momentos se me erizaba la piel y me emocionaba al ver a la gente participar con gozo de la celebración. 

Ya el lunes iniciamos con las visitas a las familias de la comunidad. Cada casa estaba bastante alejada una de la otra. Recuerdo que para llegar a visitar a una familia tuvimos que caminar bajo la lluvia y el lodo como 45 minutos. Por cierto, en aquella ocasión tuvimos que cruzar un puente colgante para ir a la casa; las tablas del puente estaban resbalosas, por unos instantes sentía que me iba a caer. 


Algo me llamó mucho la atención: la cantidad de personas que nos acompañaba a Ademilson y a mí, para ir a visitar a las casas. En una ocasión conté que nos acompañan alrededor de 30 personas, entre niños, adultos y ancianos. El clima era malo para ir a visitar, pues llovía, el camino estaba resbaloso por el lodo; sin embargo, íbamos a visitar a las personas, y ellas quedaban muy agradecidas por la visita. Algunas personas se nos acercaban a Ademilson y a mí, para decirnos que rezáramos por ellos. Algunas familias nos recibían con incienso. La gratitud de las personas era enorme. Ante las muestras de acompañamiento, de unidad, de organización y de gratitud, se me olvidara el cansancio.

Después de ir a visitar a las familias, teníamos la Celebración de la palabra. El ministro era el responsable de hacerla, nosotros únicamente hacíamos la reflexión. Había personas que nos traducían del castellano al q’echi’. Creo que el idioma no fue ninguna barrea para comunicarnos con las personas, pues ellos y nosotros hablábamos el mismo idioma del Evangelio. Se me olvidaba contar que yo traté de pronunciar algunas palabras en q’echi’, las personas al escucharme se rían, no en son de burla, sino porque les agradaba que tratara de aprender su idioma. 

El cariño de las personas hacia con nosotros fue enorme, cada día una familia diferente nos brindaba los sagrados alimentos. Tenía razón el padre Arnoldo cuando no dijo que en las comunidades no nos íbamos a morir del hambre ni que íbamos a estar solos en medio de la montaña. La gente nos dio lo que tenían con todo el corazón, no nos dieron lo que les sobraba. 

Por último, el viernes 10, un día antes de irnos de la comunidad San Antonio, hubo misa. La gente adornó el templo, prepararon comida para todos. Llegó el padre Víctor para celebrar la Eucaristía, se llenó la iglesia. Cuando cantaron Alma misionera mi corazón se llenó de alegría, estaba feliz. Vale la pena dejar todo por seguir a Cristo. El Señor puso en nuestros caminos ángeles vestidos de laicos, ellos nos ayudaron, fueron nuestra compañía. Después de muchas fotos con la comunidad, nos despedimos de las personas y nos fuimos a descansar. El sábado 11 nos fueron a dejar al cruce, caminamos como una hora. Algunas personas lloraron al vernos partir. Llevábamos con nosotros el cariño de las personas. 


Pasando a otro punto de la experiencia de misión, el 12 de noviembre, fecha de mi natalicio, nos dirigimos a una comunidad de Tucurú. En esta ocasión, me acompañó Rafael; él ayuda en la parroquia de San Miguel Tucurú. Aproximadamente, demoramos 3 horas en llegar a San Pedro Chelemá, el centro de la comunidad. Mientras llegábamos a Chelemá, pudimos observar hermosos paisajes y el clima iba cambiando constantemente. En el vehículo iban como 16 personas. Confieso que cuando me bajé del carro, tuve la mala pata de caerme. 


A las 16:00 P.M. llegamos al centro, allí se organizaron brevemente las comunidades a las cuales íbamos a ir; a Rafael y a mí, nos tocó ir a Cruz Chut, que queda a más de una hora a pie del centro. Después de la breve reunión, juntamente con dos catequistas, nos dirigimos hacia la comunidad antes dicha. Caminamos media hora. El paisaje era hermoso. Don Sebastián, catequista de la comunidad, nos hospedó en su casa. Allí dejamos nuestras cosas, después nos llevaron a la ermita. Nos presentaron, casi nadie hablaba castellano, gracias a Dios Rafael fue mi traductor. La ermita estaba iluminada con tres o cuatro velas; había mucha oscuridad, apenas se venían las pocas personas que asistieron a la Celebración de la palabra.

Recuerdo que después de la Celebración de la palabra, don Sebastián nos llevó a su casa. Yo me moría del hambre, no habíamos almorzado con Rafael y había un frío terrible. Don Sebastián nos dijo que fuéramos a la cocina, allí su esposa, doña Candelaria, nos dijo que nos sentáramos cerca del fuego, para que nos calentáramos y allí recibir la cena. Recuerdo bien ese momento, quizás fue el momento más especial de esa misión: le di gracias a Dios por el calor del fuego y por la comida. Esa escena me tocó el corazón, mi corazón estaba agradecido con Dios por tener tanto, fue una escena tan acogedora, pues compartimos el techo y la comida con la familia. 


El lunes iniciamos con las visitas, hacía un frío terrible, había neblina y estaba brizando. Sin embargo, la gente nos acompañó, nunca nos dejaron solos. A pesar del frío y de la lluvia, en cada casa se sentía una calidez, que nos hacía olvidar el frío de afuera. En cada casa nos daban café o atol bien caliente; ellos decían que nos lo daban para que nos calentáramos. Las familias que visitamos nos acogieron con generosidad, nos daban las gracias por tomarlos en cuenta, también nos pedían que rezáramos por ellos. 

Visitamos alrededor de 13 familias, en la comunidad había pocos católicos. Éramos bastantes los que íbamos a visitar, éramos alrededor de 20 personas. Algo nos motivaba a salir a visitar a pesar del clima: Dios. Cada casa estaba bastante retirada una de la otra. El jueves, un día antes para regresar a la capital, me resbalé y me caí; me manché el pantalón de lodo y era el único que tenía limpio. Esa caída fue parte de la aventura de la misión. 


Después de ir a visitar a las familias, teníamos la Celebración de la palabra, yo únicamente hacía la reflexión, Rafael me traducía. Me encantaba escuchar los cantos en q’echi’; al escucharlos pensaba en la riqueza de esa cultura, así como en la universalidad de la Iglesia católica, pues en cada rincón del planeta es el mismo Jesucristo que se revela y es la misma palabra que se transmite. 

Recuerdo que una vez estábamos empapados Rafael y yo, había llovido con aire. Hasta nuestros calcetines estaban mojados. Teníamos mucho frío y hambre, pero teníamos que esperar a que terminara la Celebración de la palabra. Después de dos horas, por fin fuimos a cenar. Me recuerdo que llegamos y nos sentamos cerca del fuego y nos dieron la comida. Le di muchas gracias a Dios por esos dos grandes regalos. Me sentí muy bendecido por tener algo de comida y un techo para resguardarme. En cosas pequeñas se encuentra la riqueza de las personas sencillas. 

El miércoles 15, faltando pocos días para regresar al seminario, hubo una Eucaristía en la comunidad, la cual fue presidida por el padre Víctor. Fue una verdadera fiesta, después de varios meses por fin se tuvo una Eucaristía. La iglesia se llenó, las personas estaban alegres. Me sorprendió la fe de aquellas personas; quizás ellos son pobres económicamente, pero son ricos en fe y caridad. Esas personas que son olvidadas por el gobierno son muy amadas por Dios.

El jueves, un día antes para regresar a la capital, hubo una Celebración de la palabra. Nos dieron las gracias por haberlos acompañado y animado a seguir en los caminos del Señor. La gente estaba muy agradecida. Nos arrodillamos Rafael y yo, ellos hicieron oración por nosotros. Al día siguiente nos marchamos rumbo a la capital. 

Confieso que me sentí muy feliz por la oportunidad que el Señor me dio de compartir con aquellas comunidades lejanas y olvidadas por el gobierno. Reflexionando lo experimentado en la misión, considero que fui muy bendecido por Dios, pues aquella misión me ayudó en mi proceso vocacional y afirmó mi deseo de seguir sirviéndole a Dios por medio de este camino. Espero en Dios algún día regresar a aquellas regiones lejanas como sacerdote, y poderles acompañar con más tiempo. 


-David Padilla 

Seminarista