¡Buenos días, jóvenes!
Hoy quiero recordarles que cada nuevo amanecer es una oportunidad para descubrir y abrazar el propósito más grande que la vida puede ofrecer: servir a Dios como sacerdotes misioneros de la Preciosa Sangre. Su juventud y pasión son tesoros valiosos que pueden transformar el mundo.
Imaginen un camino donde cada día es una aventura en la que llevarán el mensaje de amor, esperanza y redención a las almas sedientas de paz y fe. Como sacerdotes misioneros de la Preciosa Sangre, serán embajadores de la misericordia de Dios, llevando consuelo a quienes lo necesitan y sanación a los corazones heridos.
No se dejen desanimar por las dificultades del camino, pues son las pruebas las que forjan el carácter y los hacen más fuertes. La vocación sacerdotal es un regalo divino que, una vez abrazado, los llenará de una alegría indescriptible y un profundo sentido de realización.
Recuerden siempre que están llamados a ser luz en medio de la oscuridad, a ser faros de esperanza en un mundo necesitado de guía espiritual. No importa de dónde vengan ni cuál haya sido su pasado; lo que importa es el llamado que sienten en sus corazones y el compromiso de servir a Dios y a su prójimo.
Así que, jóvenes valientes, abracen esta maravillosa oportunidad de ser sacerdotes misioneros de la Preciosa Sangre. Que la pasión, el amor y la devoción los guíen en este emocionante viaje de seguimiento a Jesucristo. ¡El mundo necesita su luz y su compromiso! ¡Adelante con valentía y fe!